Su risa es contagiosa, llena la habitación de calidez y alegría, y su sonrisa tiene el poder de iluminar incluso los días más oscuros. A medida que avanza por la vida con gracia y dignidad, deja tras de sí un rastro de amor y compasión, que toca las vidas de todos los que tienen el privilegio de conocerla.
Su belleza es un testimonio de la belleza del espíritu humano, un recordatorio de que la verdadera belleza no reside en las apariencias externas sino en la bondad y el amor que compartimos unos con otros.